Augusto pasa a saludar a Tarzán. (Parte 1)

Jane emergió del agua dando la cara al sol, mientras tiraba el cabello dorado hacia atrás; los firmes senos temblando ligeramente con cada paso y refulgiendo con la luz del sol mientras el agua se escurría por la piel dorada. Perfecta, natural y hermosa en su desnudez absoluta, salió de la laguna y se puso la tanga de piel de leopardo. La piel de un animal salvaje que cubría su sexo pero que significaba mucho más que eso: esa piel era de un feroz depredador nocturno que su marido había matado con sus propias manos. Esa pequeña pieza de piel representaba el triunfo del poder y la fuerza, la del hombre más poderoso de la jungla.
Pero el hombre más poderoso de la jungla estaba a un kilómetro de distancia: había acudido al llamado de dos nativos —Ukto y Mombutu—, al parecer habían divisado a un pequeño grupo de forajidos llegando a una aldea cercana llegando en un jeep (más exactamente un modelo CJ2A del año 1946).
Informado de la situación Tarzán no dudó un minuto en ir a por ellos.

Ukto lo observaba todo con unos binoculares:

—Son tres. Uno es Rokoff.

—¿Rokoff, el traficante de esclavos?— dijo Tarzán— no entiendo qué hace aquí, sabe que he desbaratado sus planes de esclavizar a los nativos cada vez que lo ha intentado. Iré a por ellos.

Los nativos eran conocidos por su hospitalidad y el hecho de vivir cerca de la casa de Tarzán les aseguraba protección y respeto. Desde una rama Tarzán observó cómo Rokoff y uno de sus acompañantes estaban bajando algunos paquetes del jeep, rodeados de nativos que parecían algo sorprendidos, pero a diferencia de las incursiones anteriores del traficante, no veía que portaran armas. El hombre mono observó que solo había dos hombres —no tres— seguramente su amigo Ukto había visto mal.
Los dos hombres apenas se sorprendieron cuando el poderoso Tarzán descendió ante ellos con la agilidad de un felino.

—¡Ah, pero mirá quien cayó! —dijo el malvado Rokoff acercándose al hombre mono y extendiendo la mano. Tarzán ni siquiera se molestó en saludarlo, mientras varios de los amigables nativos se acercaban.
El ayudante del rufián procedió a sacar algo del jeep: los nativos se alejaron prudentemente y Tarzán instintivamente puso la mano sobre su cuchillo.

—Tranquilo, hombre mono, no tenemos armas: es solo una cámara.

—¿Y para qué están grabando? Quiero que se vayan de acá inmediatamente, Rokoff, de lo contrario…
—De lo contrario nada, gil de la selva.
Tarzán lo miró como para matarlo: si se sorteaba una paliza Rokoff estaba comprando todos los números.

La conversación se vio interrumpida cuando la hermosa Jane descendió de un árbol, con la agilidad aprendida de su esposo, el taparrabos de leopardo al viento y los redondos senos rebotando cuando sus pies tocaron el piso.

—¿Qué hacés acá? —preguntó Tarzán sorprendido.

—Es que te vi venir y pensé seguirte para saludar a nuestros amigos los watusi… no sabía que había otra gente. —contestó Jane mientras se cubría las tetas con las manos y buscaba cierta protección en la cercanía con su esposo.

—No somos watusi, boluda —dijo un joven guerrero— somos waziri.

Como una pantera Tarzán saltó sobre el impertinente guerrero y le dio un cabezazo que lo dejó seco en el piso.

Superado este incidente Tarzán se acercó nuevamente al grupo a los visitantes, donde volvió a instarlos a abandonar la jungla bajo riesgo de cagarlos a trompadas. El hombre mono, sacando pecho, con las manos en la cintura, y con Jane medio escondida tras él, sentía que algo andaba mal, pero no lograba entender qué sucedía, mientras Rokoff persistía en desobedecerlo, el ayudante seguía filmando desde distintos ángulos.
—La última vez que me atrapaste me entregaste a la policía, y pasé un año completo en la cárcel. ¡Un año completo en una horrible cárcel africana de mierda! ¡Una cárcel africana! ¿Sabés lo que es eso, Tarzán? ¿Eh?—dijo el traficante de esclavos sin esconder su enojo— Pero ya no te tengo miedo, pelotudo. Cuando salí, alguien me contactó con la que será la solución a todos mis problemas. Aunque creo que para vos es un GRAN problema, rey de la selva… ja ja! —rió Rokoff. Tarzán seguía sin comprender la súbita inyección de valentía del traficante.
De una de las chozas laterales, y sin que el hombre mono se percatara, salió el tercer desconocido. La gran figura que se aproximaba estudió a Tarzán, pero sobretodo a Jane, que estaba orgullosa y segura, aferrada al bíceps del hombre que consideraba el más poderoso de la jungla, con su perfecto culo redondito y dorado por el sol apenas cubierto por una tanga de piel.
Rokoff sacó una tarjeta del bolsillo y se la dio a Tarzán, quien —con algo de dificultad— la leyó en voz alta: —Augusto. Solucionador de problemas… cinco… cuatro…

El hombre mono estaba muy concentrado en descifrar la tarjeta cuando se dio cuenta de que Rokoff y su ayudante (que seguía rodeándolo cámara en mano) comenzaron a reírse. ¡¿Cómo se atreven?! Pensó Tarzán, cuando de pronto se percató de que otro hombre blanco se acercaba a él. La sorpresa del hombre mono fue grande cuando giró la cabeza a su izquierda para encontrarse cara a cara con una bestia de cabeza rapada, lentes oscuros, campera de cuero negro.

Tarzán frunció el ceño, esperaba que el hombre dijera algo, pero solo pudo distinguir su propia cara desconcertada en el reflejo de los lentes oscuros del grandote que tenía enfrente.

Augusto metió la mano en el bolsillo interior de su campera de cuero negra y sacó una curita, que ofreció a Tarzán. El hombre mono miró la pequeña bandita adhesiva blanca que tenía en la mano sin entender una mierda, mientras Augusto se quitó la campera de cuero trabajosamente debido a su tamaño, para quedar más cómodo en musculosa negra. La redondeada Jane no podía creer que el tamaño de los bíceps del extraño superaban al de su marido, que estaba aferrando.
Augusto estiró el brazo y sin decir palabra le alcanzó la campera de cuero para que Jane la sostuviera. Se escucharon risas de Rokoff y su ayudante cuando la muchacha, luego de dudarlo un par de segundos… tímidamente tomó la campera. ¡Tarzán no lo podía creer! ¡Estaba indignado! ¡¿Pero cómo se atrevía este engendro a usar a su propia esposa de empleada de ropería?!

Tarzán descerrajó un puñetazo fuerte como un misil antibuques a la mandíbula de Augusto, pero su adversario era muy rápido y el golpe pasó a un centímetro del blanco. Tarzán se dio cuenta de que al hacer esto había descuidado su flanco derecho, y pagó el precio cuando sintió el dolor de los primeros nudillos del puño de Augusto impactando contra sus costillas.

Apenas empezó la repartija de piñas los nativos formaron un círculo, siempre guardando una distancia respetable.
Tarzán no perdió un momento y tomando a su novia del brazo se colgó de la liana que había usado anteriormente para perderse entre la espesas ramas que cubrían la entrada a la aldea.

—¡No escapes, pedazo de un cagón!— le espetó Augusto.  Pero Tarzán no estaba huyendo, y luego de unos instantes pasó sobre el culturista tan veloz que este apenas pudo verlo, pero se despachó con un efectivo rodillazo al cuello al pasar. Augusto recuperó la estabilidad para defenderse con una patada voladora, pero el hombre mono ya no estaba. Era imposible divisarlo entre la oscuridad de las ramas. Pero Augusto sabía que estaba ahí y se mantuvo en guardia, sin saber de dónde vendría el próximo ataque.
Otro hombre en su lugar hubiera estado temblando de miedo por el inminente peligro que se cernía sobre él, pero Augusto no parecía muy afectado.

—Bajá, Tarzán que te estoy esperando. Ah… una duda: ¿cómo te gustan las fracturas? ¿Simples o expuestas?—preguntó el culturista con una sonrisa que inspiraba miedo.

Un ligero movimiento de hojas, y el hombre mono cruzó sobre Augusto en liana, para propinarle un golpe en la sien.

Los morenos no dejaban de emitir gritos de admiración ante la demostración de poder y destreza del protector de la jungla; habiéndose criado entre los monos su habilidad para moverse entre las ramas era imbatible. Pero eso estaba a punto de cambiar.

to be continued

Augusto se cruza con Popeye

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Brutus tenía a Popeye agarrado del pescuezo hasta que el marinero logró sacar de su bolsillo una pequeña lata y abrirla con los dientes entre piña y piña, y una vez que lo hubo logrado tragó su contenido. Inmediatamente Brutus vio las estrellas cuando Popeye le dio una trompada que lo cruzó de vereda a vereda. El grandulón intentó levantarse pero antes de que pudiera intentarlo el desdentado marinero saltó sobre él para molerlo a golpes otra vez. Y siguió hasta que no quedó hecho una bolsa de papas sangrante.
Con el ojo que todavía no tenía reventado, Brutus vio cómo el marinero maloliente se iba de la mano con la flaca Olivia. Lentamente sacó de su bolsillo una tarjeta donde se leía el nombre “Augusto” y un número.

Una semana despues Popeye estaba sentado en un muelle, pescando tranquilamente, sacando corvina tras corvina y metiéndolas en un cesto, cuando de pronto sintió que algo le bloqueaba la luz del sol.

—Otra vez tú, Brutus, no has aprendido nada desde la última vez— dijo Popeye mientras soltaba la caña y se ponía de pie. Pero grande fue su sorpresa, tan grande como el sujeto que tenía enfrente, que aunque llevaba lentes oscuros podía sentir sus ojos taladrándolo como dos rayos láser.

—No soy Brutus, boludo. Podés llamarme Augusto.

—Eres otro malvado oportunista que quiere arrebatarme a mi preciosa Olivia… ¡pues ya verás!

Popeye se apuró a sacar su lata de espinacas, pero Augusto le arrebató la lata una rapidez sorprendente, riéndose.

—¡Ah, tus espinacas! No me digas nada: ahora vas a comerte tus vegetales vencidos, que probablemente han perdido su valor nutricional, vas a agarrar fuerza y me vas a cagar a trompadas. ¿Me equivoco? Ok, dale— y con esas palabras el grandote le devolvió la lata al sorprendido marinero, que se apuró a dejar de lado la sorpresa para abrir la lata con los dientes y devorar su contenido. El torrente proteico y mineral de la espinaca entró de inmediato al torrente sanguíneo del marinero, que sacó pecho, flexionó el bíceps e hizo resoplar su pipa.
Rápidamente revoleó el brazo y le propinó un puñetazo al grandote. Augusto se acomodó los lentes oscuros, que el marinero le había dejado torcidos.

—Ok, ese fue tu primer intento gratis. Te quedan dos.

El marinero resopló con su pipa nuevamente y probó con un segundo golpe al estómago. Nada. Y ante el escaso efecto de su segundo intento fue a todo por el tercero.
El puño de Popeye iba en trayectoria directa a la mandíbula de Augusto pero no llegó a conectar, porque con una rapidez que Popeye no se podía explicar, el joven bloqueó el puño con el antebrazo, en una maniobra velocísima. Y antes de que Popeye pudiera reaccionar tenía el brazo atrapado por el desconocido, que procedió a usar el brazo de su enemigo para usarlo como palanca mientras saltaba y le enterraba un patadón en el estómago. Popeye sintió que sus jugos digestivos le brotaban por la boca —por suerte la patada voladora que vino después le evitó el vómito— y mientras el marinero se daba cuenta de que se había tragado los dientes también veía cómo el grandote avanzaba sobre él.  El más que nunca desdentado marinero no se amilanó y amagó revolear los puños mientras hacía un juego de piernas al mejor estilo 1920, pero con tan mala suerte que el artista marcial lo derribó con una roundhouse kick que le dio en plena mandíbula. Una vez en el piso el destino de Popeye estaba sellado: el culturista se abalanzó sobre él y como en uno de esos finales brutales de la MMA (de lo que lamentablemente Popeye no tenía ni idea), lo molió a piñas.

Conclusión:
De Popeye quedó un amasijo sanguinolento retorcido en el piso. El culturista se alejó tranquilamente, y se llevó el cesto de los pescados al hombro (porque la proteína no se desperdicia).
Olivia se fue con Brutus, tuvieron tres hijos y ya nunca más volvió.